Este sábado se cumplen 52 años del atentado contra Luis Carrero Blanco, presidente del Gobierno en 1973. Como cada día, el almirante se dirigía a primera hora a misa en su coche oficial cuando una bomba lanzó el vehículo a una altura de 20 metros hasta caer en patio interior. ¿Por qué voló tan alto?
EFE ha conversado con el capitán Salvador Serrano, del Servicio de Desactivación de Explosivos y Defensa NRBQ (SEDEX-NRBQ) de la Guardia Civil, un experto en su materia que ha estudiado en profundidad un magnicidio que, aún con Franco en vida, se considera un punto de partida del cambio político que se avecinaba en España.
Si algo sorprende de este atentado es su preparación. Los etarras José Ignacio Múgica Arregui, alias Ezkerra, Pedro Ignacio Pérez Beotegui, Wilson, y José Miguel Beñarán Ordeñana, Argala, excavaron un túnel a escasos metros de la Embajada de Estados Unidos sin que nadie se percatara de nada.
Ni los ruidos de la excavación, ni las labores de tendido de cable que uno de los etarras llevaba a cabo haciéndose pasar por electricista ni el resto de preparativos llamaron la atención de los vecinos de la zona, ajenos a lo que en escasos segundos sucedió.
Poco antes de las 9.30 horas del 20 de diciembre de 1973, el almirante salió de su casa, en la calle Hermanos Bécquer, para dirigirse en el coche a la iglesia de Francisco de Borja, en la cercana calle Serrano. Al paso por el número 104 de la calle Claudio Coello el coche saltó por los aires y cayó al patio interior de la casa provincial de la Compañía de Jesús. Carrero Blanco, su chófer y su escolta murieron.
Entre 80 y 100 kilos de dinamita
Aunque nunca se ha podido determinar la cantidad de dinamita que los autores utilizaron para este atentado, Serrano la estima entre 80 y 100 kilos, procedentes de un robo de 3.000 que la banda había perpetrado en enero de ese mismo año.
Recuerda que los terroristas cavaron un túnel de 80 centímetros por 60 hasta la zona de la calle donde calcularon que pasaría el coche. Allí, en una excavación en forma de L o de T (existen estas dos teorías) colocaron la carga explosiva.
El comando había dejado también aparcado en doble fila un vehículo de la marca Austin cargado de explosivos. Lo hicieron intencionadamente para que el coche oficial del almirante redujera la marcha a esa altura y entonces apretar el botón para detonar la dinamita.
Probablemente, los terroristas creían que el coche aparcado también explosionaría por “simpatía” o cercanía, lo que no se produjo, porque los efectos de la carga que habían enterrado en el túnel a un metro de profundidad proyectó o dirigió toda su energía hacia arriba cuando fue detonada.
El suelo del coche, un Dodge 3700 GT con un peso aproximado de 1.800 kilos, hizo de plataforma y el vehículo salió disparado hacia arriba. El experto de la Guardia Civil lo compara con la palanca de eyección de los aviones, un dispositivo de seguridad que el piloto de una aeronave aprieta para que una carga explosiva bajo el asiento lo proyecte fuera del fuselaje en una situación de peligro.
Al elevarse el coche oficial y no explosionar en la calzada, no “contagió” al Austin aparcado. Pero este vehículo sí sirvió a los artificieros de la Policía para comprobar que la dinamita empleada era gelamonita, elaborada a base de nitrato de amonio, nitrocelulosa y otras sustancias y que se emplea en las minas de carbón donde puede haber peligro de que aparezca gas grisú o metano. En suma, son dinamitas de “seguridad”.
Desde una ventana, los terroristas tiraron un cable hasta la calle, donde tenían un maletín con el sistema de iniciación para detonar el explosivo con baterías de petaca de 4,5 voltios. “Un sencillo mecanismo”, subraya el experto. Conocimientos mínimos en explosivos
Serrano considera que los terroristas tenían unos conocimientos mínimos del manejo de explosivos, porque sin ellos no hubieran podido hacerlo. Como mínimo debían conocer cómo funciona un detonador eléctrico y saber las normas de seguridad del explosivo que trataban.
De hecho, en uno de sus pisos franco les incautaron un montón de manuales y libros de artificieros, folletos de fábricas de explosivos. “Sabían lo que estaban haciendo”, apostilla el agente.
Con todo preparado, solo tenían que hacer coincidir el momento de la detonación con el paso del coche, lo que les resultó fácil porque Carrero Blanco no cambiaba sus rutinas de la mañana. A más de 20 metros de altura
La gran cantidad de explosivo y su colocación bajó tierra “eyectó” el coche a una altura de unos 20 metros, recuerda el experto, quien llama la atención -como se puede observar en las fotos de la época- en los escasos daños que el atentado provocó en los alrededores.
Eso fue así, incide, porque “el foco de la onda se proyectó hacia arriba y salió como en una especie de embudo“. En las fotos pueden verse señales de tráfico intactas, por ejemplo.
Si la carga explosiva se hubiera colocado en los bajos del coche o encima del asfalto, la onda expansiva se hubiera metido dentro del vehículo y lo hubiera desintegrado y desmembrado a sus ocupantes, porque el coche se convierte en metralla.
De hecho, los ocupantes, según las autopsias, murieron por traumatismos. La onda no llegó a entrar dentro del coche, pero las víctimas sufrieron numerosos golpes mientras el vehículo se elevaba y se precipitaba al patio.
