‘Innato’ se inscribe en la tradición del thriller noventero para articular un relato criminal clásico atravesado por secretos familiares, herencias incómodas y pulsiones inconfesables. La serie combina un eficaz mecanismo policial con una exploración psicologista que se detiene en los efectos del mal sobre varias generaciones. Entre aciertos de dirección y excesos narrativos, emerge una ficción sólida que funciona mejor cuando confía en el silencio y la contención.

Imanol Arias, en un fotograma de ‘Innato’.

Un guionista no siempre escribe lo que quiere. A veces trabaja por encargo. Otras presta atención a lo que la industria demanda y desarrolla historias en función de esas tendencias de mercado con tal de generar historias que, a priori, sean más fáciles de vender. Recuerden: hay que pagar las facturas y cuando ya te han rechazado tres proyectos de ciencia-ficción piensas en ponerte con algo que sirva para llenar la nevera.

Innato, la nueva serie que Enrique Lojo y Fran Carballal han creado para Netflix parece responder a esta última motivación. Habida cuenta del surtido de ficciones y documentales que la compañía de la gran N roja consagra a los asesinos en serie, a nadie le extraña que un par de guionistas curtidos en el oficio se la jueguen a esa carta. Yo lo haría.

Y es que en Netflix uno puede encontrar desde la saga Monstruo creada por Ryan Murphy a una infinitud de true crimes de medio pelo ya sea en formato de largometraje (Aileen: la reina de las asesinas en serie) o de miniserie (Fred y Rose West: Una historia británica de terror), pasando por adaptaciones literarias con homicidas múltiples como pieza fundamental de la historia, tal y como revelan dos estrenos nacionales recientes como El cuco de cristal (Jesús Mesas Silva & Javier Andrés Roig, 2025) o Ciudad de sombras (Jorge Torregrosa, 2025). Una pista: Innato es mejor.

Hablamos de ese tipo de historias en el que mal que se pretende combatir termina estando mucho más cerca de lo que los protagonistas pensaban.

Aquí, sin embargo, estamos ante una historia original que no se nutre de materiales previos. Sara (Elena Anaya) es una psicóloga que vive junto a su marido Aitor (Roberto Álamo) y su hijo adolescente Sebas (Teo Soler). Su plácida existencia se sustenta, sin embargo, sobre un gelatinoso andamio formado por un armazón de secretos. En realidad, Sara es hija de Félix Garay (Imanol Arias), un bombero que, 25 años atrás, mató a tres personas, lo que le valió el sobrenombre de “el asesino del gasoil”.

InnatoInnato

La llegada del «asesino del gasoil»: Imanol Arias es un asesino en serie que sale de la cárcel.

Su salida de la cárcel coincide con el estallido de un reguero de crímenes que se parecen demasiado a los asesinatos cometidos hace un cuarto de siglo. Las víctimas, además, están directamente vinculadas con el encarcelamiento de Garay –el inspector que llevó el caso, el juez que lo condenó– lo que hace que todas las sospechas recaigan sobre él.

Sara, que no solo cortó todo contacto con su padre sino que jamás informó a su marido y a su hijo de su existencia, será reclamada por la inspectora Arias (Emma Suárez) para que colabore con la policía en calidad de experta –además de psicóloga posee un título en criminología y sabe diseñar perfiles– y dada su implicación en el caso.

Innato parece un homenaje a determinados thrillers comerciales de la década de los 90. Su trama principal, bien surtida de giros de guion y culminada con una efectiva pirueta final, recuerda a películas como Persecución mortal (Rowdy Herrington, 1993), Copycat (Jon Amiel, 1995) o El coleccionista de huesos (Gary Fleder, 1997). Esos tres ejemplos deberían bastarles para saber en qué coordenadas se encuentran. Hablamos de ese tipo de historias en el que mal que se pretende combatir termina estando mucho más cerca de lo que los protagonistas pensaban. Algo tan viejo –y tan resultón si se desarrolla bien– como el mito de Edipo. Lo que aquí, para evitar destripes, denominaremos como “el truco de la cuarta víctima”, está planteado cuando corresponde (hay menciones en el capítulo segundo), permanece oculto cuando debe (durante cuatro episodios) y explota cuando toca, esto es, en el clímax.

Pese a algunas licencias –que en el capítulo quinto se nos diga que a Félix Garay lo trincaran por un chivatazo, por ejemplo–el número de ilusionismo funciona.

InnatoInnato

Emma Suárez interpreta a la inspectora Arias en ‘Innato’.

Digamos que, en su vertiente procedimental, Innato resulta satisfactoria. El problema está en todas las añadiduras que decoran la trama puramente policial y que derivan en una temporada de 8 episodios (ya les adelantamos que la serie tiene vocación de continuidad).

Para alcanzar esa duración son necesarios, por un lado, un sinnúmero de flashbacks que nos explican la vida de Sara desde la detención de su padre hasta su embarazo, pasando, entre otras muchas cosas, por un cambio de nombre que le permitiese vivir al margen de su truculenta biografía.

He aquí otra serie que necesita contarlo todo sobre su protagonista y hacerlo, además, de manera fragmentaria. Si ven (aunque no es necesario) El cuco de cristal o Ciudad de sombras, detectarán un patrón, la imposición de una especie de plantilla que formatea la narrativa. Quien esto firma sigue pensando que Sara, y los secretos que esconde, ganarían en potencia si no se nos explicaran su vida y milagros, si el rostro impertérrito que Elena Anaya le brinda a su personaje sirviese para esconder esos miedos que los guiones se empeñan en detallar.

De ‘Innato’ uno agradece un par de cosas referidas a la dirección, diseñada por el no suficientemente bien ponderado Lino Escalera, al que acompaña en la realización Inma Torrente.

Siguiendo con las añadiduras, Innato indaga en el modo en que la liberación de Félix Garay y la nueva ola de crímenes que le sucede impacta sobre su hija, pero sobre todo sobre su nieto. La serie, que se apoya a conciencia en argumentos psicologistas, plantea el debate entre herencia y educación, entre si la psicopatía es fruto de la transmisión genética o si el entorno y las relaciones familiares y sociales también pueden actuar como generadores de dichas patologías.

La historia de Sebas da, en realidad, casi para una serie autónoma, pues se abordan los roces cada vez más profundos que tiene con su madre, pero también temas como el bullying o la fascinación por el mal. El encuentro entre Sebas y Félix, al que la serie se cuida de no juzgar, plantea una vía cuya exploración podría ofrecer resultados interesantes: ¿es posible que surja el afecto entre un joven y su abuelo asesino en serie?

InnatoInnato

«Un panoli y una robot»: Así describe su hijo al matrimonio formado por Elena Anaya y Roberto Álamo.

Mucho más débiles son los hilos que mantienen a Sara de pie. Se pilla antes a un mentiroso que a un cojo, por más que el mentiroso tenga un grado en criminología. Para que Sara pueda sostener en el tiempo tan tremebundo engaño con el pretexto de proteger a su familia (sus allegados desconocen que es hija del asesino del gasoil), es necesario que le coloquen al lado a un marido como Aitor.

La serie posee un tono seco, apagado, que empapa las imágenes pero también las interpretaciones.

Su hijo los describe como “un panoli y una robot”. Y está en lo cierto, por eso resulta complicado creer en la longevidad de ese matrimonio, dados los escasos matices que se le dan al personaje encarnado por Roberto Álamo, más aún cuando tiene enfrente a una esposa calculadora, inteligente y poseedora de un fuego interior que trata de contener por todos los medios (por cierto, la serie juega bastante bien la baza del humor negro). Que ella elija a Aitor porque le resulta fácil de manejar no justifica que esa relación asimétrica se prolongue durante décadas, más aún observando las pulsiones que asaltan a Sara cuando el animal que lleva dentro pide permiso para salir.

Tampoco resulta demasiado creíble, por utilitario, el nexo que Sara establece con Jaime (Fernando Guallar), un abogado con problemas para controlar la ira que acude a su consulta para que la psicóloga lo evalúe y certifique si está en condiciones de reincorporarse a su bufete. Al final, además de para despertar los instintos de Sara, su presencia servirá para que preste el oportuno apoyo legal en la parte final de la serie.

De Innato uno agradece un par de cosas referidas a la dirección, diseñada por el no suficientemente bien ponderado Lino Escalera (No sé decir adiós, Escenario 0) al que acompaña en la realización Inma Torrente.

En primer lugar, un trabajo con los actores que se aparta de la intensidad impostada que uno encuentra en la mayoría de producciones Netflix. La serie posee un tono seco, apagado, que empapa las imágenes pero también las interpretaciones. Desde el viejo asesino lacónico y arisco que encarna Imanol Arias al buen tono general de un plantel de secundarios harto conocidos, empezando por Emma Suárez, Aura Garrido o Ane Gabarain, y siguiendo con Juan Blanco (Las largas sombras), Clara Sans (Celeste), Natalia Huarte (Ena, Querer) o Joana Vilapuig (Selftape). No hay grandes aspavientos ni actores que hablen en susurros: gracias por eso.

Gracias, también, por entregar una planificación mínimamente cuidada, que responde a cierta intención dramática. Escalera sabe servirse de la arquitectura interior de la casa de Sara para ir transformándola en un pequeño infierno (aunque sea de diseño). La modificación de las angulaciones en los cara a cara eleva la tensión cuando corresponde; incluso se utiliza un elemento apenas decorativo como las traineras para mostrar el angustioso momento por el que atraviesa Sebas, al que sus argucias de poco le sirven para escaparse del destino que, según él, su propia genética le depara.





Source link

By Steve

Spain is one of my favourite places to visit. The weather, the food, people and way of life make it a great place to visit.